Quienes se han consagrado a Jesús por medio de su madre María, en verdad se reúnen cada vez que se dirigen a la Reina de los Ángeles y de los Santos, tal como lo hicieron los Apóstoles en el Cenáculo y, con la inspiración del Espíritu Santo, unidos a María, continuaron orando/alabando, aprendiendo y dando gracias a Dios en Pentecostés y después. Lo hicieron no solo en oraciones privadas sino con otros que quieren consagrarse de todo corazón, una comunidad de almas comprometidas en un esfuerzo común: ¡la salvación de las almas, del mundo!
Un verdadero discípulo de María vive como un hijo o una hija fiel y es verdaderamente un hijo suyo --- pero también un hijo tanto de la oración como del esfuerzo apostólico --- parte de la familia, un grupo en salida. Son fieles a ella y fieles gracias a ella. San Maximiliano Kolbe, a quien San Juan Pablo II llamó “Signo y profeta de la nueva era, la civilización del amor”, que el amor a Dios crece más rápidamente en el Amor a la Virgen/Madre Inmaculada que nos conduce rápidamente a Cristo.